18/10/13, La [2] de Apolo, Barcelona
Te agarro y te sacudo. Te remuevo por dentro sin piedad. Te susurro. Te maravillo. Me arrastro por tu mente, sigilosa, sin prisa. No quiero que me veas, quiero que me sientas. Eso es lo que hizo Chelsea Wolfe con nosotros el pasado viernes.
Una voz que hipnotiza. Dicen que en el pasado sufrió miedo escénico, quizás el estrés de tener tantas cosas para ofrecer. Intensa, oscura, dura, narcótica. Cuando parece que crece una canción en realidad termina, cual metáfora de la vida. Cómo jugar con la depresión, cómo disfrutar con esa atmósfera gótica. Temas como We Hit a Wall o Feral Love de su último trabajo son simplemente perfectos en directo. Imposible que abandonen tu mente una vez que han entrado en ella. Y a medida que los minutos avanzan la atmósfera se va entristeciendo a la par que aumenta la calidad musical de la diva. Porque los temas de Apokalypsis son pura magia y doom a partes iguales. Mer, Moses, Pale on Pale… reptílicas, abominables. Tocando con su banda, enamorándonos guitarra acústica en mano interpretando Lone, haciendo una cover… da igual. Su figura cruce de caminos entre Björk, Leonard Cohen, PJ Harvey, Nick Cave… escondida tras ese chal blanco y esa penumbra nos anuncia un futuro muy prometedor. Quizás sonaron algo bajos de volumen (la de Sacramento se hartó de señalar hacia arriba con su dedo índice) pero aun así Chelsea llegó a lo más profundo de nuestro ser.
Después de disfrutar durante más de una hora con la cantautora revelación turno del trío de post-rock instrumental. Moverse estaba prohibidísimo: sold out de los buenos. Ahí en primera fila pidiendo por favor que pasaran la cerveza desde la barra. Quizás la mezcla Chelsea-Russian no guste a todos. A nosotros nos alucinó. El espectáculo empieza al ver el montaje de esas pedaleras infinitas, esas “pobres” bombillas que les acompañan en el escenario y…
Como se inicia el gran Empros: 309. Pesadez, contundencia, intensidad; con un Dave Turncratz que se salió desde el segundo uno. Omnipresente durante todo el show, sudoroso, codo en alto, bizarro; Turncratz arrastró en su diversión al bajista Colin DeKuiper y de rebote al guitarra Mike Sullivan que se añadió a la fiesta aunque de manera más “distorsionada”. El resultado de esa inmensa cantidad de pedales es una estructura formadas por capas y más capas, difíciles de controlar al ser únicamente tres miembros. Como muestra de ello sonó Harper Lewis (ese repicar de baquetas, ese punteado y ese riff; esa maldita secuencia, eriza la piel) y 1777, una gran composición de su último trabajo de estudio, Memorial. Irrumpe Geneva, una obra maestra compleja y desafiante con la que el trío de Chicago disfruta. Con Schipol tienes que controlar tus emociones porque desde allí, a dos metros de ellos, te puedo asegurar que no es fácil derramar alguna lagrimilla. Ese setlist era un tanto extraño, renunciando al in crescendo tan recurrido en los conciertos, sin duda alguna un subir y bajar de revoluciones que te hacía luchar por mantenerte dentro del ritmo del show. Un interesante reto para los sentidos. Pesadez metalera con Deficit, virtuosismo interpretativo con Carpe. Explosión de positivismo con Mlàdek (alguien puede arrancarme ese bajo del pecho, creo que todavía está ahí clavado) y Memorial junto a Chelsea. Exquisito. headbanging total para despedir la noche con la apoteósica Youngblood, manos en alto con ese riff que se acelera progresivamente y ese bajo que te sacude infernalmente. Épica pura.
Imposible irse sin pasar por el merchandising para ataviarse con una camiseta, no sin antes hacer cola (sí, de verdad). Falta de existencias de algún artículo para la alegría de los amantes de la música, sudoración por todo el cuerpo y alegría. Hemos presenciado un bolazo. Felicidades de todo corazón a Chelsea Wolfe, Russian Circles y, a la promotora, To Be Confirmed, por hacer realidad nuestros sueños.
Crónica y fotos: Sergio Pozo