28/03/14, Salamandra, Hospitalet (Barcelona)
Otra vez de concierto al Let’s Festival y si eso ya es de por si un planazo, viendo el cartel es ya en plan desmayo: Cuello, Las Ruinas y Triángulo de Amor Bizarro.
Entramos a la sala y allí estaban recién empezados Cuello. Sufrimos aquella extraña sensación de ver a cuatro tipos que lo están dando todo encima del escenario pero que, lamentablemente, no te llega. Nada que achacar a los chicos de BCore, que son un grupazo, pero la primera canción y la última sonaron exactamente igual. Y no será por el pedazo de bestia parda que es Óscar Mezquita baquetas en mano, al que costaba apreciar debido al elevado sonido de las guitarras. De hecho la voz de José Guerrero se perdía con facilidad y los que hemos visto otras veces en directo a Betunizer (su otra formación) o a los mismos Cuello sabemos que no es nada normal que esto ocurra. Afrontaron la marea decibélica negativa como sólo ellos saben: con garra y actitud (bueno, y con el pedazo de concierto que se pegó Nick Perry al bajo). Sabemos que sois un grupazo y que Modo Eterno es un buen disco, habrá noches mejores.
Descansito, cervecita y Las Ruinas. Me declaro fan de este grupo (yo y las otras veinte personas de las primeras filas que lo dieron todo), quede dicho de antemano. Por la reacción de mis colegas, pude observar que, los tíos no gustan de inicio pero al rato te caen simpáticos y al finalizar el concierto quieres más. Eso es música punk sin tapujos. La estampa del grupo con Edu al frente y sus camisas estrambóticas es máxima. No son virtuosos de la música pero sus ritmos y sus letras se merecen todas las alabanzas. La clave está en que, al principio del bolo, la gente que no les conocía les miraba con escepticismo y acabaron todos coreando como posesos Cerveza Beer (eso es un himno en toda regla). Da igual que toquen El Problema, Club de Fans o Insecto que estos chicos lo bordan. Temas como Un regalo o Mi vecina es una asesina son directamente hardcore. Si montara un festival lo tendría clarísimo: ficharía a Las Ruinas.
Llegaron para quitarse la espinita de sus últimos conciertos en Barcelona (que fueron la leche, pero cierto es que las circunstancias eran extrañas) en el BAM y en el Razz, el primero al aire libre y el segundo a las tres de la mañana en medio de la fiesta de un sábado noche. Y lo hicieron más que nunca porque si el concierto fue en general muy bueno, en algún momento fue sublime. Isa estaba especialmente inspirada y lo dio todo como si fuera su último día sobre un escenario y Rafa Mallo parecía más que nunca Thor martillo en mano. Su sonido fue gratificantemente extremado y ese torbellino de decibelios envueltos en guitarreos, sintetizadores y mazazos se entorna delicioso. Sólo empezar con El Himno de la Bala se olía conciertazo. Apestaba. Y es que no es normal tocar a esas revoluciones con esa exactitud y esa uniformidad. Me parece un insulto hablar de los temas que tocaron después de vivir aquello porque aunque hubieran tocado Mi Carro hubiera sido la hostia. Te atrapan. Los gallegos te atrapan y es mágico disfrutar de su hachazo descarado mientras la gente los menosprecia. Porque no realizar reverencias ante un grupo así es menospreciar. No temáis, llegarán tiempos mejores. Ver a una banda de culto en activo es una delicia para los que aprecian el bonito ruido que regaláis. Más tarde llegarán los lamentos y aquellas frases que tanto odio escuchar “Como me gustaría verlos en directo”. Para vosotros los DVD, para mí la fantástica sordera de la magia de los gallegos. Todavía veo a Rodrigo dar vueltas sin cesar guitarra en mano mientras Isa se deja las cervicales arrodillada ante Rafa. Todavía veo a Zippo cerrar los ojos y ejercer más y más fuerza sobre el teclado. Lo veo y lo recuerdo constantemente. La perfección no se olvida así como así.
Crónica y fotos: Sergio Pozo