01/10/14, Apolo, Barcelona
Lo ocurrido el pasado 1 de octubre es raro, diferente, curioso, extraño, anecdótico, dogmático. Si a Michael Gira le dicen hace 10 años que iba a llenar la sala Apolo con un directo de Swans se hubiera reventado a reír. Gracias Primavera Sound por hacer posible lo imposible.
La noche empezaba con una telonera especial. Arrrrrrrrroooooooooooooogggggg
Voces distorsionadas a lo Throbbing Gristle y ritmos rotos aderezados con múltiples estridencias que hacen de su música un estado de catarsis contínua. Pero en directo hay más. Tus ojos no pueden despegarse de la joven activista sonora, su furia y la energía que desprenden sus máquinas no son aptas para recién llegados a la escena, sus extremos sonidos y sus continuos paseos por el escenario dotan su espectáculo de alto voltaje. Algún devoto se vió sometido a probar los gritos de la americana a un dedo de la cara en una de sus inmersiones entre la audiencia. No es música experimental, Pharmakon sabe lo que hace y lo expresa de la manera que mejor sabe, con gritos y distorsión. Aún con un público lleno de caras acostumbradas al ruido, no dejó de asombrar con su espectacular interpretación y maravilloso desorden sonoro del que hace gala. En algún momento me vinieron imágenes de la mítica banda alemana Morgensten y de los sonidos más crudos del belga Dirk Ivens. Imaginamos que ya debe ser un hito para ella acompañar a Swans en su tour, pero la neoyorkina era para gran parte del público uno de los reclamos para acudir esa noche al Apolo. Margaret se emociona y siente lo que hace y eso lo transmite al público, su intensidad puede llegar a dejar exhausta a la audiencia, pero en este caso fue un concierto demasiado corto, nos quedamos con ganas de seguir sintiendo su distorsión. Larga vida al ruido.
Y seguimos para bingo. Veníamos a gozar del ruido, a castigar nuestros tímpanos, a explorar en nuestro cerebro. Realmente… ¿todo el mundo allí presente venía a aquello? Quizás venían a probar, a investigar, a curiosear… o en el peor de los casos a fardar de haber estado allí. En cualquier caso nosotros no somos nadie para juzgar al público. Eso sí, si Swans llena el Apolo es gracias a Primavera Sound, las cosas claras. No olvidemos que apenas hace cinco años del retorno de Swans después de muchos años de silencio. No queremos pasatiempos ni pamplinadas. Queremos disfrutar en directo de ese tú a tú del hombre con y contra el instrumento. A presenciar esa pelea insaciable y heroica de la monotonía contra la simplicidad melódica. Esa complicación, ese bucle, ese menosprecio por lo fácil. Nunca un hit estuvo tan fuera de lugar. Sudor, cabezazos, miradas de complicidad. Antipatía y agresividad nacida del más puro underground y que, para nada, fue ideada para contentar a nadie. Queríamos que todo el show fuera como aquella intro agonizante de Thor aporreando el gong durante diez minutos. O hablas su idioma o estás fuera de juego. Michael Gira, sabiendo la oportunidad que le ofrecía el momento accedió a contentar a las masas ofreciendo un concierto «comercial». Sí, comercial. No malo ni deficitario, al contrario. Su infernal inicio con Frankie M fue lo que más se asemejó a un recital de Swans. A partir de ahí, benevolencias de los americanos para un público que jamás saldría de allí decepcionado.
Que tres temas duren cerca de una hora te hace entender con facilidad el riesgo que comporta ser fan de esta gente. Al límite, siempre al límite, rompiendo esos esquemas establecidos por la música mainstream y por toda esa colección de one-hits wonder que entran con tanta facilidad en tu cerebro. Entrando en loop con A Little God In My Hands pudimos ver a un Gira más calmado de lo normal: sin chillar en exceso, sin pegarse, sin mandar a sus compañeros… dominante pero relajado, diferente a sus anteriores conciertos. Cierto es que el hombre estaba contento cuando lo más normal es verlo enfadado con el mundo (que dicho de paso, es lo que mola). Seguidamente empezaría el espectáculo más flamenco con los cascabeles y un baile perpetuo de brazos por parte del frontman que, si bien es cierto que gustaba en el pasado por ser eventual, llego a hacerse pesado por su abuso. The Seer llegaba con The Apostate. Todo un ritual a seguir en el que Thor se sale (que bueno es el tío, por favor) y en el que Phil Puleo acaba de destrozarse lo poco bueno que le quedaba de esos callos, testigos del infierno que debe de ser tocar la batería en Swans.
Just A Little Boy sonó descafeinada, suave, agradable… cuando normalmente debería ser como la primera hostia que te suelta tu padre en la cara. Cada minuto que pasaba, la velada era más accesible. A partir de ahí nada nuevo. Disfrutando pero comparando con anteriores bolos y eso, no nos engañemos, se hace raro. Para acabar, Swans tocó lo que muy acertadamente bautizó nuestro dire como «canción del verano», Black Hole Man, un tema que mola mogollón pero que no tiene nada que ver con la propuesta de los americanos.
Fans del ruido, del castigo, de lo complicado… o quizás sea lo simple. Sea como fuere las cosas por su nombre. Swans era el patito feo y nos gustaba así, ponerse el disco en casa y esforzarse para no dar paso al siguiente tema. Agonizar, interiorizar, sufrir. Ver a un grupo así en una sala como el Apolo es increíble pero dada la corta distancia entre la banda y el público se perdieron sensaciones, esas sensaciones que en el pasado hacían retar a nuestros sentidos. Eso sí, nuestro respeto y la admiración del público te la mereces Gira. Ole tus huevos.
Crónica: Mario G. Ferrer y Sergio Pozo
Fotos: Sergio Pozo